lunes, 19 de enero de 2009

Instrucciones para fundar una nueva religión

Lo vi y desde el primer momento supe que él sería el Dios de la nueva religión que yo misma me encargaría de difundir. Mi papel era el del profeta, un trabajo sencillo puesto que disponía de todos los ingredientes necesarios para que aquel macabro plan no sólo funcionase, sino que resultase de un éxito rotundo. Una vez tienes al líder carismático, lo único que queda es mostrarlo y el mundo entero se rendirá ante él. El resto son meros retoques que los fieles se ocuparán de modelar. Puede que elaboren una serie de mandamientos para rendir culto al mesías o se impongan ellos mismos algún que otro castigo a modo de penitencia porque se sienten indignos del nuevo Dios. Por supuesto, con el tiempo el gran número de seguidores exigirá la creación de algún tipo de lugar sagrado. Si hace falta derribaremos los edificios que nos entorpezcan para levantar templos colosales donde se coloquen esculturas que representen al futuro salvador. Nuestra empresa crecerá a un ritmo tan desorbitado que parecería un blanco fácil de derribar. Pero contaríamos con un segundo as bajo la manga, nos apresuraríamos a crearnos enemigos, paganos que denuncien nuestra abyecta jerarquía. Nosotros mismos seríamos los primeros en reprender duramente a la religión que habíamos fundado. De esta manera, no sólo dominaríamos a los que nos aman, sino también a los que nos odian. Tanto el líder como yo, acabaremos ebrios de poder. Tanta ostentación nos corromperá y al final odiaré a aquél que un día fue objeto de mi más sincera admiración. Pero será demasiado tarde, a esas alturas, profanar sería sinónimo de venerar. Sólo existiría una solución para esta aparente aporía; inmolarse en nombre de Dios y que así se haga su voluntad.

1 comentario:

Mario Pina dijo...

Muy crudo y muy bueno. Desgraciadamente, realista.

Cuídese, señorita Ballesta.