domingo, 20 de septiembre de 2009

Con un buen chorro de aceite, por favor

Como una fuente de lechuga sin aliñar, ella es así, sosa. No importa con qué diente empieces a masticar, siempre sabe igual, un regusto a rancio que, irremediablemente, se incrusta en el paladar y sigue reposando ahí horas después del primer bocado. Intento buscarle algún tipo de explicación a ese sinsabor. Quizá sea porque su dieta se basa en alimentos tan insípidos como lo es ella, y ya saben lo que dicen; que somos lo que comemos. Pues oigan, yo prefiero no comer nada, prefiero no ser a ser un plato de fideos sin caldo ni sal. Ante todo, elegiría ser, pero si resulta que nazco pechuga de pollo, seca e hipocalórica, trataría por todos los medios de aderezarme con una hoja de laurel o con cualquier hierba aromática que encontrase por mi camino. Y si no lo consigo, en fin, me sacrificaría y donaría mi cuerpo a algún pobre animal moribundo. Antes eso, que vivir sabiendo que al cortarme va a salir sopa de cebolla en lugar de sangre.

Discúlpenme, es que hoy se me ha acabado la sal, y al llevarme la cena a la boca me ha llegado ese hedor a insulso, parecía incluso que estaba cruda, sí, ya saben, como es ella, sosa.

1 comentario:

Antonio dijo...

Paciencia, quizá sea un problema de maduración. No seas tan dura.
un consejo, procura no volver a quedarte sin sal, y si eso ocurriera siempre puedes pedirsela al vecino..

un abrazo