jueves, 13 de mayo de 2010

Pies de pianista


De todas las maneras que existen de caminar, mi favorita era, sin duda, la de él. Como buen músico, caminaba con pies de pianista, como si cada paso fuera una nota, como si los adoquines se transformasen en teclas, como si Liszt hubiese compuesto la sinfonía en si menor para que fuera tocada con la acera y no con el piano. Cuando subía las escaleras se estiraba, se tensaba como la cuerda del piano para luego destensarse y vibrar, percutiendo cada escalón y cada escalón a su vez lo batía a él, le inyectaba el sonido por las yemas de los dedos. Acto seguido, cuando despegaba el pie para dejarlo caer en el siguiente escalón, la presión se interrumpía por unos instantes y parecía que el sonido también. Pero inmediatamente después volvía a activarse y volvía a pisar, a vibrar, a sonar. Era un excelente músico, pero como viandante era aun mejor. Y de todas las maneras que existen de conquistar, mi favorita era, sin duda, la de él, porque seducía tocando el suelo con manos de plomo mientras caminaba el piano con sus pies de pianista.

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