domingo, 16 de enero de 2011

Malos hábitos

No puedo remediar entrar al cuarto de baño con cualquiera de los libros que llevo entre manos. Es una manía, una herencia familiar. Mi padre ha aprehendido buena parte de la Colección Austral con las nalgas desnudas desgastando la cerámica del retrete. Él fue quien poco a poco convirtió el aseo en una especie de biblioteca. La fina pared de plástico del botiquín de primeros auxilios separaba el agua oxigenada de, qué sé yo, La perfecta casada, los cuentos de Oscar Wilde o incluso de libros mucho más viscerales como Primavera negra.* De esta manera, quizá inconscientemente, me enseñó que ir al baño constituía un retiro espiritual donde uno se formaba intelectualmente. Uno perdía un kilo de excreciones y ganaba otro en sabiduría.

El problema llegó cuando un día, en aquel santuario que era el baño, la lectura de un libro que no terminé me aportó más excrementos que los que acababa de expulsar. En un acto de venganza decidí limpiarme el culo con una de las páginas. Al día siguiente le llegó el turno a Primavera negra. No pude evitar gastar más de la mitad del rollo de papel higiénico al leer que Henry Miller aprobaba mi costumbre de ir al baño con un libro al que, para bien o para mal, aferrarse.

*Lo narrado aquí, como el resto de entradas, es ficticio. Nótese que mi padre no pasó de Trópico de Capricornio.