Decidieron comprar un colchón a medias. Era lo más práctico, él dormía en
un catre de metro ochenta y ella no dormía mucho, pero tenía un sofá que hacía
las veces de cama. Era un colchón enorme, parecía más ancho que la propia
habitación que ocupaba. No sé cómo pudieron meterlo en aquella estancia, lo
único que se me ocurre es que habían levantado las paredes en función del colchón,
pues lo cierto es que allí todo parecía girar en torno a ese saco de muelles. Aquello surgió de una decisión consensuada,
un acuerdo mutuo, ambos querían tener un colchón donde caerse muertos. Ninguno
de ellos contaba con que el colchón, en lugar de amortiguar la caída, podía precipitarla.
Las dimensiones ciclópeas acarreaban consecuencias también ciclópeas,
monstruosas. Era muy fácil rebotar en los muelles del colchón y tocar el techo,
incluso propulsarte con una fuerza suficiente como para reventar el techo y
atragantarte con un asteroide. Era muy fácil que en uno de esos brincos el
colchón te empujase hacia la ventana y caer muerto en el asfalto. Empleo un
predicativo porque durante la caída ya no respiras, lo que te ha matado ha sido
precisamente ese saco de muelles que se ha tragado la habitación, tu casa y tu propia
vida.
1 comentario:
¡Ahá! Y por eso es que usté dejó de publicar. Caracoles.
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