jueves, 8 de agosto de 2013

Comida familiar

Llevaban organizándolo desde hace meses, no era fácil que todos los miembros de la familia se pusiesen de acuerdo. Algunos vivían lejos, otros vivían cerca. Los que vivían lejos echaban en cara a los otros que viviesen tan lejos y ellos, ofendidos, contestaban que siempre habían vivido cerca. Al final decidieron reunirse en un lugar a medio camino entre unos y otros. Quedaba fijar una fecha. Uno de ellos propuso el día seis, pero a muchos les parecía demasiado pronto y  quisieron posponerlo para el día seis del mes siguiente. El grupo quedó así dividido entre los que se decantaban por encontrarse demasiado pronto y por los que preferían que fuese demasiado tarde. Uno de los que pertenecía al grupo de los de demasiado pronto sugirió elegir una fecha intermedia, pero todos los del otro grupo se opusieron y al final resolvieron lanzar una moneda al aire. Ganaron los de la oposición, es decir, los que preferían que fuese demasiado tarde. Aunque se alegraron, no estaban del todo satisfechos y discutieron con el otro grupo, pues ellos no querían codificarse como los de la oposición solo por haberse negado a elegir una fecha intermedia. Los de la oposición debían ser los otros, ya que ahora eran ellos quienes tenían el poder.

Concretados la fecha y el lugar, solo faltaba elegir el menú. Más les valía transigir y zanjar el asunto cuanto antes porque todo indicaba que en esta comida familiar se iban a comer los unos a los otros. Para mi sorpresa, no hubo ninguna duda, la mitad de los asistentes propuso al unísono el mismo plato y la otra mitad asintió con entusiasmo. El día seis no faltó nadie, los adultos mandaron a los niños poner la mesa y obedecieron sin rechistar. A las dos en punto la comida estaba lista y los comensales, también. Procedieron todos a la vez al primer y único bocado del plato único, la textura era suave y dejaba un sabor muy refrescante en el cielo del paladar. A pesar de haber utilizado la cubertería reservada para ocasiones especiales, el plato se comía con las manos. Podría parecer una costumbre algo incivilizada, pero enseguida, con el cañón en la boca, las salpicaduras de sangre y los restos de masa encefálica les traerían sin cuidado después de apretar el gatillo.

1 comentario:

Ladrón de mandarinas dijo...

Qué arquetípicamente genial.