jueves, 20 de noviembre de 2014

Los planos mortíferos


Desde entonces se acuñó el término plano mortífero, aunque eso no signifique que hasta ese momento nadie más hubiese realizado un plano semejante. La expresión llegó por un cúmulo de circunstancias que inconexas no hubiesen causado efecto alguno en la historia del cine. La primera de ellas, por supuesto, resultó de la existencia de una pequeña sala donde aquel día proyectaban Tabú de Miguel Gomes. A dicha sesión tan solo acudieron dos personas, de las cuales una de ellas era el proyeccionista. Los actores bien podrían no haberse presentado, pero siempre acudían, incluso a los lugares más intempestivos, porque albergaban la certeza de que en un momento o en otro el prodigio debía ocurrir. Los personajes de ficción están destinados a no perder nunca la esperanza, y repiten sin descanso la escena de marras, aunque sea siempre distinta, pues uno no mira dos veces la misma imagen. El espectador quedó cautivado desde el primer fotograma y tal era su estado de hipnotismo que no sintió dolor, ni melancolía cuando murió, ya casi al final de la película. Aunque intentase usar las manos a modo de escudo, la bala las traspasó.  El contraplano ya no estaba enmarcado en la pantalla, sino que se había instalado en la sala.  El espectador revindicó el concepto desde su tumba, pues solo los planos mortíferos encierran un diálogo posible entre un muerto y su asesino.

sábado, 25 de octubre de 2014

Uno de los sobres sin carta

A veces recubría una parte visible de su cuerpo,  como una muñeca o un antebrazo, con una gasa. Acostumbraba a hacerlo cuando alguno de esos moratones o quemaduras inexplicables aparecía. La cicatriz ocupaba menos de un cuarto de la venda, de manera que la cura escandalizaba más que la enfermedad. En una ocasión cocinó un pastel para las dos. No celebrábamos nada, o quizá el mero hecho de que se hubiese atrevido a cocinar constituía ya de por sí un motivo de celebración. Al sacar la masa del horno, el antebrazo izquierdo rozó la bandeja ardiendo, y al cabo de un par de minutos apareció una quemadura de forma ovalada y color rosáceo. Echó mano al botiquín de primeros auxilios y se recubrió toda la muñeca con gasa y esparadrapo. Al verla pensé que si el vendaje actuaba como metonimia de una desgracia, de una alegría o incluso de un color —sobre todo opalino—, la parte sería más grande que el todo, y el todo solo representaría un cachito de la pieza a la que pretende contener. Así era Sveta, un continente que desafiaba los límites de la cartografía. Podrían librarse batallas en las que, mediante estrategias geopolíticas, se definiesen los límites de las diferentes naciones que las cicatrices de quemaduras como las de aquel día dibujan en su piel. 

—¿Te duele? —le pregunté, señalando con los ojos la gasa.
—No, en absoluto.
—¿Y por qué te envuelves casi la mitad del brazo en vendas?
—Me interesa ver la reacción de los otros ante una herida que imaginarán el doble de grave de lo que es en realidad. Me divierte.

Y así Sveta se desorbitaba, se derramaba del mundo, y cuanto más parecía ocultar, más exhibía. Hasta entonces no se me había ocurrido que se pudiese hacer ostentación del misterio, cubrir la herida no es tanto una cura, sino un síntoma.

viernes, 25 de julio de 2014

El país de las cosas invisibles

En el país de las cosas invisibles los dientes de leche crecen color madreperla al lado de otras especies similares, como las lamparitas de noche y los días sin luz. En el país de las cosas invisibles un diez por cierto de la masa de un iceberg permanece bajo la superficie. Debajo de la superficie apenas cabe un calcetín de la talla treinta y siete en posición vertical. Lo más profundo, donde más cubre, se sitúa al nivel de los tobillos y puede engordar hasta exceder las fronteras nacionales. Los habitantes se saludan en silencio y siguen charlando sin necesidad de mover los labios. Algunos jóvenes, por diversión, se dedican a arrancar dientes de leche de las plantaciones. Entonces la tierra grita como un niño inerme y durante unos segundos hace tanto ruido en el país de las cosas invisibles que todo, hasta los objetos anodinos, cobra visibilidad. Algunos territorios vecinos se han percatado de la existencia de ese extraño pueblo que se enciende y se apaga como una farola rota. A pesar de la posición estratégica en la que se encuentra y de la riqueza de sus tierras, receptáculo de bombillas de bajo consumo, a ninguna de las naciones aledañas le interesa conquistarlo, pues considera contraproducente poseer un país que no se verá en el mapa.

viernes, 13 de junio de 2014

Fire walk with me

Cuando en la década de los cincuenta, en el norte de Estados Unidos, un padre conducía a su hijo en una camioneta por carreteras perdidas y lo llevaba hasta bosques de árboles imposibles para dejarlo solo allí durante un rato, ¿sabía ese niño que era David Lynch? Cuando, más tarde, a finales de los sesenta, ese niño ya crecido rodó su primer cortometraje, ¿se había dado cuenta ya de que era David Lynch? Cuando llegó a California para estudiar cine, ¿era menos David Lynch que cuando un par de años más tarde, decidido a dejar el American Film Institute, aceptó seguir, sobornado por la financiación de la escuela, que produjo Eraserhead? Cuando Dennis Hopper, con los ojos desorbitados ante las piernas entreabiertas y desnudas de Isabella Rosellini, inhala poseído nitrato amílico con la ayuda de una mascarilla, ¿era consciente de que estaba siendo David Lynch? Y cuándo Willem Dafoe descuartiza con la mirada el cuerpo de Laura Dern en Wild at heart, ¿era consciente entonces? ¿Ni siquiera cuando el Club Silencio gritaba su nombre lo escuchó? ¿Es David Lynch el único que no se ha dado cuenta de quién es David Lynch o somos nosotros los que hemos caído en el engaño y, como le ocurriera a aquel personaje de Borges, hemos querido salvar a alguien que caminaba sobre el fuego, ignorando que también nosotros lo pisamos sin quemarnos? ¿Acaso no consiste en eso ser David Lynch?

lunes, 9 de junio de 2014

Crítica de la sazón pura

Fundamos un partido político, en cuyo programa aparecen todos los ingredientes que conforman un pastel de zanahoria. Se trata de un postre muy de moda, no solo es novedoso obtener un plato dulce con algo que hasta hace poco se había utilizado exclusivamente como salado, sino que además resulta bastante ecológico. El chocolate también se cultiva en la tierra, pero la zanahoria sosiega las conciencias veganas y nada de revolucionario tendría una tarta a base de cacao.

Lanzaremos panfletos tanto en la puerta de cualquier tienda de cupcakes, como en los barrios donde la cama más cómoda es un banco con respaldo, pues todos los votantes, incluso los que suelen hacerlo en blanco, comparten un mismo objetivo: comer. A nadie le amarga un dulce. Cuando la tarta haya engordado a nuestras expensas, solo quedará celebrarlo lanzándola contra el pueblo.

viernes, 16 de mayo de 2014

Relación epistolar

Lo que  me sorprendió no fue que me devolvieran la carta, pues los errores en la oficina de correos son bastante habituales, sino que la carta que yo había enviado me llegase de nuevo y que aquel que antes había sido destinatario pasase a remitente y viceversa, sobre todo tratándose de un difunto. Fue la primera correspondencia mortífera que he mantenido, y la única. 


viernes, 9 de mayo de 2014

Dieciocho recuerdos de dieciocho textos avergonzantes

Este texto fue leído por Laura Sánchez (a la autora le daba demasiado pudor para hacerlo ella misma y huyó de la ciudad para no enfrentarse a ello) durante uno de los cabarets literarios que el Colectivo Gilles de Rai lleva organizando desde noviembre de 2012. Con el título de Mierderet, en esta velada se pretendía sacar a la luz textos avergonzantes. No solo se leyeron textos de mierda, sino que hubo hasta películas. De los dieciocho textos citados aquí, algunos son ciertos, y otros quizá también, pero la memoria nunca ha pretendido decir verdades.

A continuación les ofrecemos, por orden cronológico, una lista con algunas de las peores atrocidades que Alba Ballesta ha escrito. El texto se reproduce de memoria, pero no por ello pierde atisbo de humillación, pues la autora, con los años, ha dispuesto del tiempo necesario para magnificar la catastrofe.

1. Una carta de amor a su profesora de primero de primaria, en la que comparaba sus dientes con perlas porque le parecía una metáfora de lo más original.

2. Una nota al margen del cuaderno de inglés de sexto de primaria que decía: La profesora es una mierda. La profesora la vio y Alba se dedicó a seguir dibujando en los márgenes de los cuadernos mientras se aburría en clase, pues resultaba mucho menos comprometedor si la pillaban.

3. La expresión locus amoenus creyendo de verdad que significaba algo así como loco de remate.

4. Una dedicatoria en un libro de Carlos Ruiz Zafón esperando que la persona a quien se lo regalaba lo disfrutase tanto como ella.

5. Una nota de disculpas a su profesor de matemáticas improvisada en el pasillo del instituto mientras cumplía su castigo después de haber sido expulsada de clase por no despertarse cuando le pidieron la respuesta a un ejercicio.

6. Un comentario en un foro de Internet en el que la letra “q” había sido reemplazada por su homófono “k”.

7. Una redacción para clase de Ética sobre el sentido de la vida en la que afirmaba con solemnidad que vivía por la belleza.

8. Una extensa nota en el mantelito de papel de un restaurante de carretera que terminaba así: Si el Anticristo existe, sin duda come aquí.

9. El nombre de Hitchcock en Google para saber cómo se escribe de verdad.

10. Una carta a Juan José Millás porque tenía la certeza de que en una de sus novelas, el articuentista había cometido plagio por anticipación y se había apropiado de la novela abortada que ella estaba escribiendo en ese momento.

11. Un mensaje cifrado escrito con tiza, en mitad de la noche, en el suelo de la plaza cívica de la Universidad Autónoma de Barcelona, que debía de ocupar unos doce metros cuadrados de plaza y que nunca nadie resolvió.

12. Una combinación de palabras en Google en búsqueda de una crítica negativa, demoledora y bien argumentada de Blow up para no sentirse sola y tonta.

13. Un mensaje dirigido a un chico del que se enamoró tan repetina y locamente como se desenamoró, que a modo de carta de amor rezaba lindezas como esta: ¿Tú crees que los emoticonos pueden expresar el sufrimiento humano?

14. Un anuncio para buscar actores para una película que nunca rodaría y al que han respondido más de ochenta personas que sueñan con convertirse en estrellas del porno.

15. Un tuit dirigido a Quim Monzó con la ridícula esperanza de que le sorprendiera por su ingenio.

16. Una carta de motivación con la que pretendía optar a algo que la desmotivaba.

17. Una ristra de emotionos de huevos a modo de respuesta en una conversación de Facebook, porque está convencida de que son imágenes muy metafísicas.

18. Una pretenciosa lista de despropósitos en la que parecía que se jactaba de aquello que nunca debía haber escrito.

miércoles, 19 de marzo de 2014

Distanciamiento de la obra literaria de Clara Dubasenca

Me miraría en el espejo, pero la luz con la que se va iluminar mi reflejo me convierte en alguien que se parece sospechosamente a la persona que nunca sería. Nadie puede parecerse a mí menos de lo que yo me parezco a mí misma. No voy a dejar que una copia en la penumbra de un cuarto de baño me reemplace, como el profesor sustituto que deberá abandonar el puesto justo cuando comprende qué debe enseñarle a sus alumnos. No puedo perder ni el tiempo ni la imagen en alguien incapaz de enseñarme nada, y mucho menos a dejar de ser yo1.

1.Clara Dubasenca, Taxidermia en carne viva, en: Obras completas, tomo II, Céroul, El hilo de Ariadna, 2014, p. 12.

miércoles, 29 de enero de 2014

Imágenes en cautividad

No sé quién hizo la foto, me dijeron que fue yo. Creo que no podría reconocerla si me la encontrase un día en la calle. Me resultaría muy difícil mirarla a través de otra ventana. Si uno se acostumbra a las imágenes en cautividad, hace falta tiempo y esfuerzo para aprender a verlas en otro ecosistema.